Donde despegó como autor fue en la prensa satírica de los setenta. Se integró en el colectivo de autores de El Papus y también colaboró en Barrabás, Mata ratos, Muchas gracias o Por favor, entre otras muchas publicaciones. Para El Papus creó su serie más recordada, Manolo e Irene, en la que mostró un retrato de los treintañeros o cuarentones reprimidos que descubrían la sexualidad con la llegada de la democracia; con estos dos personajes, y con la excusa del humor y del sexo, Manel hizo una radiografía muy coherente de la sociedad española, con sus carencias y sus afanes, muy humana y a pie de calle. Las historietas de Manel, por lo general, eran cortas y orbitaban en torno a un tema erótico, o directamente pornográfico, pero siempre estaban perfectamente construidas, con un guión consistente y un humorismo llano pero funcional que logró gran popularidad aunque no el aprecio de la crítica, por entonces atenta a otros logros del cómic "para adultos".
Manel Ferrer, bajo un centenar de seudónimos, fue un autor muy prolífico y destacó también como editor. Se encargó de mantener vivas revistas de Ibero Mundial de Ediciones (el segundo Mata ratos en su final), dirigió otras revistas (como Eh!), fue una firma visible en algunos lanzamientos de Amaika (Antología del humor sexy, Colección El Papus, El cuervo, Hara kiri) y también fue editor de su propia obra pues intentó explotar cuanto pudo su serie protagonizada por Manolo e Irene con ayuda de otros sellos, como Dronte o Amaika, o editándola él mismo (Cuentos para mayores, Manolo de las galaxias). Publicó albumes con sus historietas tempranamente (Tarzanilo en 1973, El padrineto en 1975) y se integró fácilmente en otras redacciones con su humor chusco pero siempre alegre: trabajó con los sellos Petronio y Marc Ben, pero también con Cumbre y Toutain, demostrando ser brillante en la parodia.
En los años ochenta, mientras mantenía la serie Manolo e Irene en las páginas de El Jueves, fue una de las firmas más descacharrantes de la revista El cuervo, donde dio rienda suelta a su elevada capacidad para la sátira paródica, ridiculizando eróticamente todos los clásicos de la historieta mundial. Con posterioridad, en los noventa, participó en la revista La puta mili y también en Penthouse comix, donde siguió con sus parodias de corte erótico festivo. Mantuvo su gran calidad gráfica, deudora tanto de la llamada Escuela Bruguera como de los cómics del underground, y demostró gran capacidad para el humor y la ilustración infantil, como pudimos ver en los suplementos El Tebeo de El Periódico y Mini Mundo.